Es una verdadera historia de amor entre los brasileños y el cupuaçu. Un gigante con infinitas posibilidades, este enorme fruto crece directamente en el tronco de árboles de hasta 20 metros de altura en el corazón de la exuberante selva amazónica. Sus vainas esconden una pulpa cremosa y aromática que se utiliza para hacer zumos, sorbetes y pasteles. Las semillas son un tesoro de propiedades medicinales y cosméticas que los brasileños han transmitido durante generaciones. Cargados de antioxidantes, minerales y ácidos grasos esenciales, ayudan a combatir los efectos del envejecimiento de la piel y el cuero cabelludo. Son verdaderos luchadores, bloquean los radicales libres y evitan que el agua se evapore.
Es tan apreciado en las tierras que rodean al Corcovado que cada año, en abril, 300.000 asistentes acuden a celebrarlo en Presidente Figueiredo, en el corazón de su bosque. Y vale la pena el viaje, incluso si tienes dos pies izquierdos como yo. Pequeño pero poderoso, el superfruto de este árbol enano: detrás de su pequeño tamaño se esconde un verdadero héroe de hombros fuertes, capaz de luchar contra la deforestación que amenaza el Amazonas. Al fomentar su cultivo, los brasileños mantienen un ciclo positivo que estabiliza y regenera el suelo.